domingo, 2 de agosto de 2009

Un Tornillo (Agosto 2009)

Es curioso lo que pasa cuando tenemos 13 años, casi nunca tomamos en serio las cosas (ni que hablar de las relaciones humanas) que por pequeñas o grandes se nos atraviesan en nuestro deambular, tomemos por ejemplo: un tornillo, a esa edad tropezamos con él en la acera y dándole con el pie, descuidadamente, se convierte casi siempre en la razón de que un caucho termine con su vida útil.

A los 17 y en plena efervescencia estudiantil, tomamos el extraviado tornillo y como un proyectil davidiano, usando la mano como honda, lo lanzamos sobre la humanidad de algún policía que reprime nuestras protestas de no sé qué.

A los 23, caminando acompañado de la decimoquinta “más hermosa princesa que jamás hayamos conocido”, recogemos e
l tornillo y cual hacha hiriente perforamos la suave textura de un anciano árbol, claro tapando con disimulo las anteriores escrituras, colocamos ambos nuestras iniciales, borladas de un plagiado y estúpido corazón.

Cuando llegamos a los 35 años el mismo tornillo lo tomamos pensando que puede servirnos para colocar ¿una repisa por ejemplo?, y lo llevamos a la casa cobijado por nuestro pantalón, sin tener en cuenta que como cuchilla nos podría taladrar un hueco en los bolsillos, ¡Ah! y sin pensar el tremendo zaperoco que formará nuestra mujer, cuando le toque lavar la mancha sobre nuestra acuchillada ropa.

A los 40, cuando nos toque que colocar esa repisa, recordamos que tenemos el tornillo que hace un tiempo rescatamos de la desidia humana y es el que justamente puede matrimoniarse con la mecha de nuestro taladro ¿y qué pasa?, no nos acordamos donde carajo guardamos dicho tornillo.

Y, a los 70, hurgando las cosas (que se parecen a uno mismo) oxidadas por el tiempo, conseguimos el tornillo,
…le damos vueltas y vueltas, luego rascándonos la cabeza, ni siquiera nos acordamos “para qué coño sirve esta vaina”
simón oliveira
agosto 2009

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