martes, 19 de julio de 2011

Hablando de "Tonterias"

Helados

Hablando de Tonterías



Mi vida ha estado, como la de cualquiera, llena de infinidad de cosas, que a esta edad (presto a cumplir 61 años) me permiten, haciendo un balance total,  definirla como “Muy Feliz”.



Y esto se debe a que contando los momentos “tristes” que aún conservo en mis recuerdos, me dan una cifra irrisoria de ellos; los más difíciles: La pérdida de mi hijo mayor, la muerte de papá, y también la muerte de mi hermana… Agreguémosle otros cinco… que ahorita no me viene a la memoria, pero estoy seguro que andan por allí, extraviados, rondando por las comisuras ocultas de mi cerebro.



Así mismo he fraccionado, lo que hasta ahora he vivido en cuatro etapas:



La primera tiene que ver con mi niñez, que a pesar de sus carencias económicas, fue maravillosa, sumando los correazos y regaños propios de esa edad.



La segunda fue enfrentarme a la paternidad, tal vez la más dura por carecer, como casi todo el mundo, de experiencia y preparación;  pero a la vez la más reconfortante, porque te enseña sobre la marcha, responsabilidad, seriedad en tus decisiones, pero también aprendes de querencias y apegos; agreguémosle la satisfacción de verlos crecer y construir su propio camino y de vez en cuando llenarte la casa de gritos y risotadas, cuando te visitan con nietos y todo (incluye- si lo tienen – hasta el perro).

Esta la doy por terminada, cuando (ya lo hijos estaban grandes) decido cerrar mi oficina de contabilidad y me dedico de lleno a mi pasión por la pintura.



La tercera, que yo la llamo intermedia, comenzó hace siete años. Pocas veces había visitado un hospital, tal vez cuando de niño me rompía o me rompían la cabeza, o para recomponer una que otra fractura, o las obligadas visitas al odontólogo o al oculista.



Ese día, por primera vez y debido a síntomas extraños, visite a un médico especialista y luego de ver los exámenes y jurungarme hasta el alma, me dijo, sin ningún miramiento: que podía tratarse de un  “Cáncer”.

Sentí la ira, la frustración, la rabia; apareció después el temor que se anidó en mí,  para luego dejar paso a la tristeza y al llanto; al final, cansado de lágrimas y con  un vacío en el alma, decidí dejar que Dios primeramente, ayudara a los médicos en mi tratamiento.

Esta etapa terminó una mañana, cuando después de veinte días en la sala de cuidados intensivos, me bajaron a la sala de recuperación.



Por supuesto, esto cambió radicalmente mi manera de ser y de ver la vida…

…Y todo por una cuña de televisión: resulta que lo único que veía (solo veía por qué no había volumen) en la sala de terapia intensiva, era un televisor pequeñito y me llamó mucho a la atención la propaganda de los helados, no recuerdo si eran “Efe” o Tío Rico...

…Después de adulto había considerado que comer helados era una tontería, innecesaria y costosa…pero allí acostado, sin poder moverme, pensé “Carajo me voy a morir sin comerme un helado…”



Cuando salí del hospital y mi hermano me llevó a su casa para recuperarme, lo primero que le pedí fue que me comprara una buena ración de helados y cuando digo “buena” era ver en el congelador de las dos neveras repletos de helados de todos los sabores; muchas veces en las tardes, mis sobrinos y yo nos sentábamos en la terraza a darnos una comilona de helados… aún sigo disfrutando “mucho”, aunque en menos cantidad, un buen helado de coco.



Con esto de los helados comenzó esta última etapa, yo la llamo sin ningún recato la etapa de ser “un tonto feliz” y es que  a veces olvidamos que esas cosas sencillas (que son las que más  te suceden) forman parte esencial de tu existencia.



Yo aplico un método “muy científico”:

Tengo un pequeño cuaderno (cuando menos hojas tenga es mejor), allí anoto (casi siempre sin ninguna regla ortográfica), en una hoja “lo mejor” que me haya sucedido y en la otra los momentos desagradables por los que pase, luego al final del día, o cada dos días …o cuando ha sido un mal día…

Repaso aquilatando cada situación, primero los momentos desagradables, aprendiendo de ellos la lección (si la hay) e inmediatamente rompiendo esa hoja y lanzándola a la basura… para luego dedicarme a revisar las cosas buenas…



…Que siempre me hacen reír

… Y termino la lectura dándole a Dios las gracias por permitirme haberlas vivido…