viernes, 18 de marzo de 2011

Tiempos de Recuerdos (8ta parte) Los Viajes

Tiempos de recuerdo
Parte VIII (los viajes)

Como a las diez de la mañana llegó Domínguez, lamentándose que tenía que regresar a Caracas por un asunto familiar, pero nos pidió que nos quedáramos y que contáramos con la ayuda del capataz.

Toda esa semana fue de aprendizajes y experiencias continuas. Esa misma mañana fuimos a conocer a “Chicho”, un enorme semental de la raza Brahma, pesaba como 800 kilos y su altura era de 2 metros, pero lo impresionante era que aquel toro se portaba como un cachorro, cuando Tarzán le acariciaba el guargüero, mugía de placer y cerrando los ojos trataba de recostar su cabeza de la del capataz.

En otra ocasión, fuimos a bañarnos en la laguna que formaba el reservorio de agua, Tarzán nos preparo una parrilla y nosotros pusimos las cervezas; el perro de la hacienda, un mestizo grande, a pesar de ser muy juguetón no quiso acompañarnos en el agua y notamos que el capataz no dejaba de otear el horizonte.

Cómo a las dos de la tarde nos salimos del agua a instancias de Tarzán, y luego de cambiarnos nos fuimos en el jeep para un caserío cercano. Había una fiesta con conjunto y todo, el licor era una especie de cocuy, aunque al principio no nos agradaba (Tarzán nos advirtió que sería una ofensa si despreciábamos el aguardiente), terminamos tomándolo directamente del pico de la botella, y con su etílica ayuda y uno que otro empujón de Beltrán saque a bailar un joropo a una hermosa llanera, que todavía le agradezco la paciencia, tolerancia y los apuchungones que tuvo con el pésimo bailador que era yo.

Con la "aguardientamentazón" que logramos, tuvimos que montarnos en el jeep con la ayuda de varios de los lugareños, y en el camino tuvimos que pararnos para vaciar el estomago muchas veces.

Una noche, Tarzán no invito a un paseo por los pastizales, y sin pensarlo mucho lo seguimos, luego de un rato largo comenzamos a lamentarlo, era noche cerrada y lo único que podíamos ver era una especie de vereda que se alumbraba con las linternas, durante todo el trayecto el monólogo del capataz versó sobre culebras y tigres, agreguémosle a esto el permanente jugueteo del perro, que de repente saliendo de la oscuridad, nos tropezaba y volvía a esconderse.

Asustados, llegamos al fin a una explanada y a duras penas reconocimos que era la laguna, Tarzán levantó la linterna y el halo de luz se reflejo en el espejo del agua, cientos de lucecitas brillaron y como idiotas comentamos la belleza de las luciérnagas… Literalmente Tarzán no tapó la boca riéndose, cuando nos explico que esas “lindas lucecitas” eran simplemente los ojos de las babas y los caimanes
que vivían en la laguna.

Regresamos a la casa asustados y arrechos de las estupideces del caporal, pensamos en el peligro: allí hacía unos pocos días estuvimos bañándonos como si fuese una enorme piscina casera.

Al vernos en ese estado, Tarzán tuvo la “gentileza” de explicarnos que dicha laguna servía de escondite para babas y caimanes pequeños que huían sus depredadores y que eran tan pequeños que solo se alimentaban de peces e insectos.

En fin pasamos una semana santa haciendo peripecias y al final regresamos a casa, magullados, picados de cuanto bicho había, pero como siempre cargados de momentos agradables y divertidos...

domingo, 13 de marzo de 2011

Tiempos de Recuerdos (7ta parte) Nuevo trabajo

7 Tiempos de recuerdos
TIEMPOS DE RECUERDOS
VII parte (nuevo trabajo)

Al agacharme para tomar la revista, vi que debajo da la cama se escondía un viejo y negro casco de motorizado, luego de varios intentos logré sacarlo, ya en mi mano pensé en voz alta:

¡Carajo! De donde salió esta vaina… yo nunca tuve moto…

Al intentar meterlo en la caja para enviarlo a la basura, escuche un grito…

¡Nooo!... ¡No lo hagas!

Del susto lo solté de mis manos y fue a parar al último rincón del cuarto; reponiendo del sobresalto me acerque a él, estaba boca arriba y en su interior había escrito con marcador un nombre: BELTRAN…

Mi amigo, Mi hermano…

Y aquel “quijote del camino”, se abrió paso en mi mente.

Recordé aquel día, tendría unos 20 años, me habían botado de mi primer trabajo y a lo mejor estaban a punto de botarme también de mi hogar, ya que la madre de mi hijo era quien lograba el sustento familiar.

Aquel “pana” me comentó que en la oficina donde trabajaba, necesitaban a alguien que pudiera llevar los Libros de Contabilidad, los únicos requisitos eran: tener nociones del “Debe y el Haber” y sobre todo tener buena letra… ¡Y yo la tenía!... lo otro lo aprendí después.

Diez años trabajé en la oficina “Domínguez y Asociados”, mis jefes Leopoldo Domínguez y el Dr. Manuel Tirado, hicieron lo imposible por ayudarme a estudiar.

Y mientras lo hacía, los fines de semanas Beltrán y yo como parrillero, recorríamos cientos de kilómetros, montados en una Honda “gris” de 650cc.

Nuestros viajes no eran muy planificados, dos cascos, dos morrales y dos chaquetas gruesas nos bastaban para salir un viernes por la noche, el rumbo lo decidíamos esa misma tarde montados en la moto.

En aquellos tiempos mis padres tenían un fundo ubicado en “Hato Arriba” más allá de “Los Humocaros”, en el estado Lara; sus carreteras eran de tierra, allí nos fuimos muchas veces y muchas veces tropezamos tragamos barro, gracias a Dios accidentes pequeños; en otras visitamos la “Cueva del Guácharo, en Monagas; también no fuimos a Mérida por la carretera Panamericana.

En una oportunidad, nos llegamos hasta Cumaná, tomamos una chalana para Margarita (los pasajeros abajo y los vehículos en el puente) y allí en medio del mar, conocimos a dos hermosas jóvenes, que nos invitaron a contemplar la luna debajo de un camión cargado de bloques de cemento… y no recuerdo a quien le hacía mas caso si al movimiento de la gandola o al de la chica que estaba conmigo.

El director de la Oficina Tenia una finca cerca de la población de Clarines llamada “Madre Vieja”, a orillas del rio Unare; al enterarse de nuestros viajes nos invitó a conocerlas durante una semana santa.

Salimos un viernes a las 5 de la tarde, una lluvia constante nos acompañó durante el viaje, teníamos que tomar un desvío de tierra de varios kilómetros para llegar a la finca; la carretera estaba embarrialada, en un momento Beltrán lanzó un grito y la moto derrapó lanzándonos hacia los lados, gracias a Dios el barro amortiguo nuestra caída; estaba oscuro a pesar de que había luna menguante, algo rozó mi mano, como un resorte logré parame y fui a buscar en mi morral una linterna, mayor susto el que pase cuando alumbrando el matorral cercano, logré ver la cola grande de una culebra; busque con la luz a Beltrán, su cara y todo el casco estaba empapada de barro, le mencione lo de la culebra y me contó que desvió la moto para no pisarla y por ello nos caímos.

Logramos prender la moto y seguir con cuidado por el terroso camino; cuando llegamos al sitio todo estaba oscuro:

¡Coño! como que no hay luz, pensé, Tocamos la bocina y al rato alguien, prendiendo la luz de la casa, vino a recibirnos; era el capataz y dando un fuerte saludo de manos, nos comunico que Domínguez había salido para “Puerto La Cruz” y regresaría mañana, pero le había dejado instrucciones para hacernos agradable nuestra permanencia.

Tarzán, que así le decían al mayoral, nos acompaño hasta la habitación, había en ella camas y chinchorros, cómo estábamos adoloridos escogimos las camas; en la lejanía se escuchaban unos latidos, y el Tarzán, contestando nuestras preguntas, nos explico:

“Miren doctorcitos (era el título con que se dirigía a nosotros), pueden ser conejos, o cochino ‘e monte, o a lo mejor algún tigre que esta descarriao”

Y como lo sabes, preguntamos.

“Mire pues, si los latíos son muchos y seguíos son conejos, si son cortos serán pues cochino ’e monte…pero si son cortos y dejándose de rato en rato… puede ser un tigre que anda por’ai”…

“¡Ah otra cosa! Cuando cierre la puerta, taponeen con la alfombra las rendijas, porque a veces se meten las culebras y suben por las patas de la cama pa´buscá el calorcito”.

Sin ningún disimulo saltamos de las camas y nos acomodamos en los chinchorros.

“Anjá, doctorcitos también tengan cuidao con las ratas, que a veces se tropiezan y se caen de la vigas del techo”

Y sin más se marchó, dejándonos solos, mirando para todas partes y contando los latidos de la noche.

Al rato nos gritó:

¡Voy apagar la planta!

Al unísono y saltando de las hamacas, gritamos ¡Nooo!...

Al amanecer y casi sin dormir, nos levantamos obligados por el escándalo de los gallineros, al salir el Tarzán nos mostró una cascabel como de metro y medio, que había matado en la acera de la casa...