Tiempos de recuerdo
Parte VIII (los viajes)
Como a las diez de la mañana llegó Domínguez, lamentándose que tenía que regresar a Caracas por un asunto familiar, pero nos pidió que nos quedáramos y que contáramos con la ayuda del capataz.
Toda esa semana fue de aprendizajes y experiencias continuas. Esa misma mañana fuimos a conocer a “Chicho”, un enorme semental de la raza Brahma, pesaba como 800 kilos y su altura era de 2 metros, pero lo impresionante era que aquel toro se portaba como un cachorro, cuando Tarzán le acariciaba el guargüero, mugía de placer y cerrando los ojos trataba de recostar su cabeza de la del capataz.
En otra ocasión, fuimos a bañarnos en la laguna que formaba el reservorio de agua, Tarzán nos preparo una parrilla y nosotros pusimos las cervezas; el perro de la hacienda, un mestizo grande, a pesar de ser muy juguetón no quiso acompañarnos en el agua y notamos que el capataz no dejaba de otear el horizonte.
Cómo a las dos de la tarde nos salimos del agua a instancias de Tarzán, y luego de cambiarnos nos fuimos en el jeep para un caserío cercano. Había una fiesta con conjunto y todo, el licor era una especie de cocuy, aunque al principio no nos agradaba (Tarzán nos advirtió que sería una ofensa si despreciábamos el aguardiente), terminamos tomándolo directamente del pico de la botella, y con su etílica ayuda y uno que otro empujón de Beltrán saque a bailar un joropo a una hermosa llanera, que todavía le agradezco la paciencia, tolerancia y los apuchungones que tuvo con el pésimo bailador que era yo.
Con la "aguardientamentazón" que logramos, tuvimos que montarnos en el jeep con la ayuda de varios de los lugareños, y en el camino tuvimos que pararnos para vaciar el estomago muchas veces.
Una noche, Tarzán no invito a un paseo por los pastizales, y sin pensarlo mucho lo seguimos, luego de un rato largo comenzamos a lamentarlo, era noche cerrada y lo único que podíamos ver era una especie de vereda que se alumbraba con las linternas, durante todo el trayecto el monólogo del capataz versó sobre culebras y tigres, agreguémosle a esto el permanente jugueteo del perro, que de repente saliendo de la oscuridad, nos tropezaba y volvía a esconderse.
Asustados, llegamos al fin a una explanada y a duras penas reconocimos que era la laguna, Tarzán levantó la linterna y el halo de luz se reflejo en el espejo del agua, cientos de lucecitas brillaron y como idiotas comentamos la belleza de las luciérnagas… Literalmente Tarzán no tapó la boca riéndose, cuando nos explico que esas “lindas lucecitas” eran simplemente los ojos de las babas y los caimanes
que vivían en la laguna.
Regresamos a la casa asustados y arrechos de las estupideces del caporal, pensamos en el peligro: allí hacía unos pocos días estuvimos bañándonos como si fuese una enorme piscina casera.
Al vernos en ese estado, Tarzán tuvo la “gentileza” de explicarnos que dicha laguna servía de escondite para babas y caimanes pequeños que huían sus depredadores y que eran tan pequeños que solo se alimentaban de peces e insectos.
En fin pasamos una semana santa haciendo peripecias y al final regresamos a casa, magullados, picados de cuanto bicho había, pero como siempre cargados de momentos agradables y divertidos...