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Rosalía, ¡Que dificil que te quedes tranquila! |
“Qué difícil que te quedes tranquila”
Son las seis de la mañana,
subes la escalera pausadamente,
tan silenciosa que parece que el viento
te levantara, escalón por escalón,
para no despertarme.
Algo siempre arropan tus manos:
un café guayollito tempranero,
o un vaso de jugo recién cosechado,
alguna ropa planchada
que busca su lugar dentro del closet,
o simplemente tus caricias de los buenos días
…y mi bendición en tus labios.
Luego bajas las “mudas”
y ya en el patio empiezas la pelea
con los benditos botones de la lavadora nueva,
para terminar a la antigua,
sacando el jabón en la vieja batea.
Y mientras se aflojan los sucios,
abrazas la escoba y lustras a punta de coleto,
el viejo caserón que te dejó papá.
A veces te escucho rezongar
echando pestes al viejo por lo grande del trabajo;
y luego me río cuando cuentas:
“Qué hacer si siempre que estaba preñada,
construía un nuevo cuarto para tu nuevo hermano”
…y compartiendo sonrisas terminas diciendo:
“menos mal que me avispé y solo fueron seis”.
Llega el mediodía, te acercas a la cocina,
Y el adobo de tus manos impregna de amor tu comida.
Cuando éramos más jóvenes
y haciendo lo que sea, oíamos tu grito de guerra:
¡Vengan a Comer!!!
bajábamos más que ansiosos
los veintiséis escalones…y un descanso,
que nos separaban de la mesa.
Y fue un milagro el no mudar,
a causa de un porrazo,
prematuramente los dientes.
Se acercan las seis de la tarde
y empiezas a recoger la ropa tendida
aún calientica del sol de mediodía,
y continúa el normal ajetreo:
ahora son doblar las sabanas y cobijas,
planchar algunas camisas,
ordenar las medias, pantaletas e interiores.
A las ocho tu habitación se hace lejos,
nuevamente te acercas por la cocina,
preparas algo ligero, lavas los platos y las ollas;
ordenas la mesa con sus sillas...
y líbrese Dios que haya llovido,
porque nuevamente míster coleto se adueña del haragán
y ambos no te dejan hasta estar seco todo el piso.
Se nos acercan las diez y al fin subes a tu cuarto.
Pero primero arreglas las camas de mis hermanos
… aún cuando estén vacías,
pero como tú lo dices siempre:
“Quien sabe si alguno de ellos le provoca echarse una llegadita”.
Prendes la televisión y qué para escuchar las noticias,
ya muy entrada la noche
rezas por todos nosotros
y al fin te acuestas para quedarte dormida
Muchas veces a esa hora,
paso a pedirte la bendición
y te observo triste y decaída,
y sin preguntarte, sé lo que pasa:
extrañas al viejo cascarrabias,
compañero de más de medio siglo,
que te sobaba la espalda para ahuyentar el dolor,
con quien conversabas de dudas y deudas,
quien te cargaba las bolsas cuando iban al mercado,
quien en sus últimos años nunca te dejaba sola,
y te decía:
“Rosalía, qué difícil es que te quedes tranquila”
Simón Oliveira
08/05/2011