Nefertitis y Carlos Marx |
Aquellas tarjetas de salida, me hablaban de mi primer trabajo, de lo lejos que me quedaba (Urb. Lebrun, cerca del hospital Pérez de León), de las muchas cuadras, calles, barrios y avenidas que tenía que pasar para llegar a él… me repitieron lo difícil que era contar las miles de madrugadas para levantarme, luego agarrado como un mono de la puerta de un autobús, empujar a los demás, evitando soltarme, casi siempre sin desayuno y debido al sueldo, con muy pocas posibilidades de almorzar.
Mi labor consistía, en retocar los negativos para hacer las planchas de impresión del juego del 5 y 6, y cuenten que hasta el día de hoy, nunca he jugado a las carreras de caballos; a los seis meses me botaron de la “Impresora Técnica” , junto a otros compañeros por “alborotadores comunistoides” y lo único que hicimos fue pedir nuestro aumento de sueldo, el cual, por cumplir el tiempo, nos correspondía.
Me vi desempleado y con un carricito que tragaba y botaba leche por todos lados.
Me dije: este sí es un mal recuerdo, me propuse botar todas las tarjetas y relojes que como chiflados danzaban por el piso; cuando apareció debajo de la cama, asomándose con miedo, una pequeña revista titulada “El Rosacruz”.
De repente se me hizo presente la mesa impregnada con olor a cosido de Cazón, donde se reunían en conversatorio los amigos de mi padre.
Horas duraban en plena discusión política, Mi padre ex adeco, militante del MEP (era primo de la esposa del Maestro Prieto) otros era de Copey y algunos de URD.
Y recordé entre ellos, a tres que eran: “compañeros en esencia y antagónicos en conciencia”
Uno era el Padrino de mi hermano, le decían “Chente” y su nombre: Luis Vicente, margariteño, abogado pequeño burgués, de familia comunista (su hermano murió en la guerrilla) y él, guerrillero de salón; le gustaba contarme sobre Marat y la Revolución Francesa, sobre Mao y su “libro rojo”, recitaba los poemas de Rafael Hernández, Pablo Neruda y del cura Ernesto Cardenal y me hablaba horas y horas sobre las relaciones obrero patronales, bajo la lupa del marxismo… y saboreando un buen whisky.
El segundo: Melquiades Llamozas le decíamos “El Rosacruz” y al igual que el mago de García Márquez, era un estudioso de las leyes ocultas.
Su porte: Un negro alto y fornido, Chofer de Autobuses, oriundo de Birongo; en su juventud fue brujo, luego espiritista, católico, evangélico, cantador de cuentos y cuando lo conocí… estudiante del Rosacrucismo.
Sus conversaciones eran sobre las pirámides, hablaba de Pitágoras, de los sumerios, de Nefertiti y Akhenatón y de cómo los esenios fueron los maestros de Jesús… siempre fumándose un largo tabaco oriental.
Y el otro: El “marqués” de Oliveira, de voz profunda, filósofo, poeta, pintor, amante de la bohemia, y aunque un poco chiflado, todos los demás comensales: El Juez Aveledo, El Dr. Pitaluga, Asa el periodista, en fin todos los visitantes, respetaban mucho sus opiniones.
El “marqués” de Oliveira era bastante mayor y le gustaba contar historias, una de ellas trata de cuando conoció al “cumanés” (era el apodo de mi padre): Una tarde estaba tomándose una cerveza, en algún bar de la Urb. El Paraíso, cuando se hizo presente en el lugar Isaías Medina Angarita (para también disfrutar de un “palito”), venía sin escolta (como era habitual en él), y estaba acompañado de un joven, que resulto ser mi papá (la casa donde vivía y trabajaba mi abuela quedaba cerca de la de él) y camino del bar lo invito a acompañarlo.
Nunca supe el porqué del marquesado, ni la relación de nuestro apellido con el suyo, pero en mi interior disfrutaba mucho del título nobiliario…
…Y yo, los escuchaba a todos con la boca abierta, nutriéndome de toda esa “merengada de ideas”, que luego serían parte esencial de mi formación como adulto.
Me propuse recoger todas esas tarjetas y acomodarlas nuevamente en algún lugar de mi memoria.
Al fin y al cabo, a pesar de estar desempleado y cuidando un muchacho, mi entrada a la adultez, aunque preocupante en cuanto a lo económico, fue muy hermosa, contaba con el amor de mis padres, el trabajo de mi pareja, el cariño de mis hermanos (claro contando que yo era el mayor) y el respeto de los amigos del “cumanés”.
Traté de alcanzar la revista… a lo mejor en ella encontraría la ayuda y guía que he pedido tanto a Dios, para recomenzar mi vida...