(Dedicado a unos bueno amigos)
Hay días que pasan por la vida, cuyos hechos, por su condición extraordinaria (nacimiento, enfermedad o muerte) quedan grabados para siempre en nuestra existencia, muchos de ellos nos obligan incluso a cambiar la ruta de nuestra vida.
Pero hay otros, que afortunadamente son la mayoría, que por parecernos normales (llamémoslo estúpidos o tontos) apenas los tomamos en cuenta, lanzándolos al cabo de unas horas al pipote del olvido.
Desde hace cinco años (ese fue uno de esos días imborrables) soy asiduo visitante del hospital oncológico; cuando mínimo debo presentarme cada 28 días, esto se debe al estudio que realizan los médicos para evaluar los cambios o alteraciones que la quimio produce en mi organismo.
Cuando los doctores estiman que algo raro (tos, nauseas, dolores inusuales, algunas manchas en la cara, inflamación en los tobillos) me está sucediendo, enseguida me envían al especialista.
Como consecuencia hay semanas que debo realizar un tour por las diferentes especialidades medicas y para esto debo estar en el hospital, cuando muy tarde, a las seis de la mañana.
Esta situación, hoy normal para mí, me ha obligado a imponerme una rutina, desde el día antes preparo todo lo que tengo que llevarme: esto incluye desde escoger y planchar la ropa que voy a ponerme, hasta ordenar los papeles que tengo que llevarme (tomografías, resonancias, examen de sangre, rayos x…), esto me ha hecho entender que lo que “pesa” de la edad no son los años, es la cantidad de pastillas que llevas en los bolsillos y la bolsa contentiva de los exámenes que siempre te acompañan.
El día de la cita, me levanto a las tres y media de la madrugada, aún trasnochado por calarme las pesadillas novelescas que mi mujer adora (afortunadamente casi siempre ella me acompaña a esta citas) y a las cinco debemos estar en la puerta para tomar un taxi… y al montarme en el vehículo, me doy cuenta que algo se me olvido.
Son dos horas que utilizo para asearme y vestirme ¿Por qué tanto tiempo?, no lo sé; mi mujer me dice que tardo más tiempo que una “madama”... para terminar en el taxi: con el pelo desordenado, con cortadas hechas al afeitarme y vestido con otra ropa (que por supuesto no combina con los zapatos), en vez de utilizar la qué esmeradamente planché el día anterior.
Mientras voy en el taxi, el chofer me informa, por supuesto sin yo pedírselo: “lo caro que esta la vida, lo inseguro que se ha vuelto la calle y lo buenota que están las mujeres", claro disculpándose por lo último, al ver por el retrovisor la cara de ogro de mi mujer.
Luego de media hora de tráfico escuchando a “Fulchola” con bastante volumen, llegamos al hospital.
Son casi las seis de la mañana y me enfrento a mi primera cola, ante mí ya están al menos 20 personas esperando, siempre me pregunto si esas personas viven cerca o dormitan en el hospital, algunos comentarios me informan que muchos llegaron a las 4 am.
Al poco rato y para descansar las piernas te volteas hacia tu espalda y tú que eras el último, en un momento hay tanta gente detrás de ti, que resultas ser uno de los primeros en la fila.
Y esa imagen se reproduce en frente a todas las casillas que indican, en letras grandes, las diferentes especialidades medicas.
A la 7 en punto, abren las ventanillas y empezamos a entregar la “tarjeta de citas”, por cierto la mía no la han cambiado y está llena de fechas hasta en los bordes.
A esa hora el hospital es un hormiguero, la gente sube y baja escaleras, los ascensores, siempre llenos, empujan o chupan montones de personas.
Llegas a tu piso, son la 7:30 am, allí debes esperar la llamada del médico; si todo marcha bien, empezaran las consultas después de su ronda por las salas de hospitalizados y eso es más o menos a las 9 am.
En total las horas de espera pueden ser, desde que abren las taquillas y dependiendo de tu número: dos horas si eres de los primeros o hasta cinco se eres de los últimos.
Ese tiempo de espera lo puedes pasar en la sala (que ahora tiene TV y DVD), acompañado de un montón de gente apretujadas, muchas de pie… o afuera, también lleno de personas pero al menos respirando un agradable olor a limpio, desafortunadamente lo más probable es que allí no puedas escuchar cuando te llamen.
Así mismo durante ese tiempo, tratas de pasarlo de diferentes formas: viendo la tele (si la prenden), echando un sueñecito o bajar corriendo, desayunar corriendo y subir corriendo, so pena de perder tu turno.
En mi caso me gusta esperar afuera, cazando alguna silla y aprovechando ese tiempo para escribir estas tonterías que Ud. esta leyendo, mientras mi mujer se ubica en la sala, encantada con las películas o conversando con los vecinos y atenta a la llamada del médico.
Al terminar mi consulta y como siempre salimos de la casa sin desayuno, corremos al kiosco de la esquina y degustamos un sabroso y callejero desayuno tardío o almuerzo tempranero.
Luego para bajar un poco los cauchos que adornan nuestros estómagos, nos damos un largo paseo de 7 cuadras, entre tiendas, buhoneros, escombros y basuras, hasta llegar a la avenida donde mi mujer se va a su trabajo y yo retorno a mis quehaceres de pintor.
Esto es lo que yo llamo un día normal
…de visita medica
Hay días que pasan por la vida, cuyos hechos, por su condición extraordinaria (nacimiento, enfermedad o muerte) quedan grabados para siempre en nuestra existencia, muchos de ellos nos obligan incluso a cambiar la ruta de nuestra vida.
Pero hay otros, que afortunadamente son la mayoría, que por parecernos normales (llamémoslo estúpidos o tontos) apenas los tomamos en cuenta, lanzándolos al cabo de unas horas al pipote del olvido.
Desde hace cinco años (ese fue uno de esos días imborrables) soy asiduo visitante del hospital oncológico; cuando mínimo debo presentarme cada 28 días, esto se debe al estudio que realizan los médicos para evaluar los cambios o alteraciones que la quimio produce en mi organismo.
Cuando los doctores estiman que algo raro (tos, nauseas, dolores inusuales, algunas manchas en la cara, inflamación en los tobillos) me está sucediendo, enseguida me envían al especialista.
Como consecuencia hay semanas que debo realizar un tour por las diferentes especialidades medicas y para esto debo estar en el hospital, cuando muy tarde, a las seis de la mañana.
Esta situación, hoy normal para mí, me ha obligado a imponerme una rutina, desde el día antes preparo todo lo que tengo que llevarme: esto incluye desde escoger y planchar la ropa que voy a ponerme, hasta ordenar los papeles que tengo que llevarme (tomografías, resonancias, examen de sangre, rayos x…), esto me ha hecho entender que lo que “pesa” de la edad no son los años, es la cantidad de pastillas que llevas en los bolsillos y la bolsa contentiva de los exámenes que siempre te acompañan.
El día de la cita, me levanto a las tres y media de la madrugada, aún trasnochado por calarme las pesadillas novelescas que mi mujer adora (afortunadamente casi siempre ella me acompaña a esta citas) y a las cinco debemos estar en la puerta para tomar un taxi… y al montarme en el vehículo, me doy cuenta que algo se me olvido.
Son dos horas que utilizo para asearme y vestirme ¿Por qué tanto tiempo?, no lo sé; mi mujer me dice que tardo más tiempo que una “madama”... para terminar en el taxi: con el pelo desordenado, con cortadas hechas al afeitarme y vestido con otra ropa (que por supuesto no combina con los zapatos), en vez de utilizar la qué esmeradamente planché el día anterior.
Mientras voy en el taxi, el chofer me informa, por supuesto sin yo pedírselo: “lo caro que esta la vida, lo inseguro que se ha vuelto la calle y lo buenota que están las mujeres", claro disculpándose por lo último, al ver por el retrovisor la cara de ogro de mi mujer.
Luego de media hora de tráfico escuchando a “Fulchola” con bastante volumen, llegamos al hospital.
Son casi las seis de la mañana y me enfrento a mi primera cola, ante mí ya están al menos 20 personas esperando, siempre me pregunto si esas personas viven cerca o dormitan en el hospital, algunos comentarios me informan que muchos llegaron a las 4 am.
Al poco rato y para descansar las piernas te volteas hacia tu espalda y tú que eras el último, en un momento hay tanta gente detrás de ti, que resultas ser uno de los primeros en la fila.
Y esa imagen se reproduce en frente a todas las casillas que indican, en letras grandes, las diferentes especialidades medicas.
A la 7 en punto, abren las ventanillas y empezamos a entregar la “tarjeta de citas”, por cierto la mía no la han cambiado y está llena de fechas hasta en los bordes.
A esa hora el hospital es un hormiguero, la gente sube y baja escaleras, los ascensores, siempre llenos, empujan o chupan montones de personas.
Llegas a tu piso, son la 7:30 am, allí debes esperar la llamada del médico; si todo marcha bien, empezaran las consultas después de su ronda por las salas de hospitalizados y eso es más o menos a las 9 am.
En total las horas de espera pueden ser, desde que abren las taquillas y dependiendo de tu número: dos horas si eres de los primeros o hasta cinco se eres de los últimos.
Ese tiempo de espera lo puedes pasar en la sala (que ahora tiene TV y DVD), acompañado de un montón de gente apretujadas, muchas de pie… o afuera, también lleno de personas pero al menos respirando un agradable olor a limpio, desafortunadamente lo más probable es que allí no puedas escuchar cuando te llamen.
Así mismo durante ese tiempo, tratas de pasarlo de diferentes formas: viendo la tele (si la prenden), echando un sueñecito o bajar corriendo, desayunar corriendo y subir corriendo, so pena de perder tu turno.
En mi caso me gusta esperar afuera, cazando alguna silla y aprovechando ese tiempo para escribir estas tonterías que Ud. esta leyendo, mientras mi mujer se ubica en la sala, encantada con las películas o conversando con los vecinos y atenta a la llamada del médico.
Al terminar mi consulta y como siempre salimos de la casa sin desayuno, corremos al kiosco de la esquina y degustamos un sabroso y callejero desayuno tardío o almuerzo tempranero.
Luego para bajar un poco los cauchos que adornan nuestros estómagos, nos damos un largo paseo de 7 cuadras, entre tiendas, buhoneros, escombros y basuras, hasta llegar a la avenida donde mi mujer se va a su trabajo y yo retorno a mis quehaceres de pintor.
Esto es lo que yo llamo un día normal
…de visita medica
ver tambien:
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