Dibujo Francisco Maduro
Querida prima: ¿Te extraña que piense en ti al borde del sepulcro? Ha llegado la ultima aurora: tengo al frente el mar Caribe, azul y plata, agitado como mi alma, por grandes tempestades; a mi espalda se alza el macizo gigantesco de la sierra con sus viejos picos coronados de nieve impoluta como nuestros ensueños de 1805, por sobre mí, el cielo más bello de América, la más hermosa sinfonía de colores, el más grandioso derroche de luz… Tú estás conmigo, porque todos me abandonan; conmigo en los postreros latidos de la vida, en las últimas fulguraciones de la conciencia. ¡Adiós Fanny! Esta carta llena de signos vacilantes, la escribe la misma mano que estrecho la suya en las horas del amor, de la esperanza, de la fe; esta es la letra escritora del decreto de Trujillo y del mensaje al Consejo de Angostura. No la reconoces, ¿verdad? Yo tampoco la reconocería si la muerte no me señalara con su dedo despiadado la realidad de este supremo instante. Si yo hubiera muerto sobre un campo de batalla, dando frente al enemigo, te daría mi gloria, la gloria que entreví a tu lado, a los campos de un sol de primavera. Muero despreciable, proscrito, detestado por los mismos que gozaron mis favores; víctima de intenso dolor, presa de infinitas amarguras. Te dejo mis recuerdos, mis tristezas y las lagrimas que no llegaron a verter mis ojos. ¿No es digna de tu grandeza tal ofrenda? Estuviste en mi alma en el peligro; conmigo presidiste los consejos de gobierno; tuyos fueron mis triunfos y tuyos mis reveses; tuyos son también mi último pensamiento y mi pena postrimera. En las noches galantes del Magdalena vi desfilar mil veces la góndola de Byron por los canales de Venecia, ¡en ella iban grandes bellezas y grandes hermosuras, pero no ibas tú: porque tú has flotado en mi alma mostrada por níveas castidades! A la hora de los grandes desengaños, a la hora de las íntimas congojas, apareces ante mis ojos moribundos con los hechizos de la juventud y de la fortuna; me miras, y en tus pupilas arde el fuego de los volcanes; me hablas, y en tu voz oigo las dianas inmortales de Junín. Simón Bolívar 6 de diciembre de 1830. No deja de ser romántico el pensar que nuestro libertador, en su lecho de muerte y agonizando, tuviese un momento, como siempre lo hizo en su tumultuosa vida, de dedicarle un tiempito al amor. Muchos historiadores ponen en duda la autenticidad de esta carta, en principio porque Fanny Dervier Du Villars, no fue prima del libertador, agreguémosle a esto que la primera publicación de esta carta se realizo en el año de 1925 en el Diario Comercio de Barranquilla y es atribuida, según denuncia de Vicente Lecuna, a el historiador venezolano Luciano Mendible Camejo, el cual le confesó a Lecuna, en 1936, según testigo (Elías Pérez Sosa), su autoría.
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