TIEMPOS DE RECUERDOS
IV Parte (Adolescencia)
Mientras extasiado recordaba los momentos de la navidad, casi me voy al suelo al tropezar con una chapaleta de buceo, compañera inseparable de mis días playeros.
Mi chapaleta estaba sola, tal vez fue abandonada por su pareja, la cual decidió quedarse olvidada en una playa aquella tarde, cuando a su dueño de pronto se le despertó la lujuria…
…Al ver las espumas del mar retozando sobre hermosos cuerpos femeninos, que brillaban escasos de ropas y bronceados por los rayos del sol.
De pronto me sentí con la cara llena de espinillas, me acerque al espejo del closet… y note que en mi rostro se dibujaba el esbozo de unos cuantos pelos que colgaban desordenadamente en mi barbilla, mostrándome el paso a una juventud incipiente, llena de caminos sorprendentes repletos de aciertos y errores.
…Y empezamos a cambiar nuestros intereses, comienzas por cambiar del colegio primario al liceo, te preocupas por aprender a bailar y las tontas niñas que te parecían fastidiosas, hoy despuntando la adolescencia, te parecen lo más hermosos que existe en este mundo…
Fue encontrarme con viejos libros, cuyas portadas mostraban el paso del las manos, sudadas de temor, ante los exámenes por presentar; cuadernos a medio llenar, donde números, definiciones, fórmulas y conceptos se mesclaban, con direcciones de hermosas amigas que quería enamorar…
A las primeras nunca las entendí y a las otras aunque me gustaban, nunca tuve el valor de visitarlas.
Con sorpresa, del fondo del desván apareció, cual pirata… un binocular que perdió su ojo izquierdo, cuando la vecinita del frente me descubrió, tratando de fisgonear sus atributos… Que después de un tiempo, logró ponerme a sus pies, profundamente enamorado.
Hoy que mi mente me trae su recuerdo, llega a mis sentidos el perfume de su piel morena, cuando jugando, descubrimos por primera vez el placer de bañarnos juntos.
Desde ese día comencé a botar los álbumes de barajitas, los carritos de juguete y mis colecciones de la revista “Playboy”.
De repente un brillo insistente brotó de la oscuridad, una medalla de guerra se vino rodando hasta detenerse, y saludándome, firme ante mí, con su voz metálica, me preguntó por el “General Napoleón”.
Mi mirada retrocediendo me acercó a un figura bastante mayor, aunque mantenía su porte marcial; vestía de kaki, sus botas retumbaban marchando los cementos de la calle, infinidad de condecoraciones se guindaban de su pecho y un casco de guerra venia plantado en su cabeza.
Y como Rubén Blades, en su canción “Sebastián”, nos dice: “Todo barrio tiene, por lo menos un loco”.
Napoleón era el nuestro y el de la placita que quedaba frente al Panteón Nacional.
Sin embargo, Napoleón era un “sabedor” de cosas de nuestra historia; aún me veo rodeado de amigos, todos con el uniforme del Liceo “Nuestra Señora del Valle”, haciéndole preguntas sobre la independencia… y él tocándose el bolsillo trasero, nos decía, con voz compungida: “¡ay bachiller! Es que ahorita casi ni me acuerdo”; eso significaba que su “carterita” de caña blanca se le había acabado; prestos, reuníamos algo de plata y le obsequiábamos una llena…
…Lo extraordinario de nuestro guerrero era que después de tomarse unos sorbos de aguardiente, nos contaba las historias tal cual sucedieron…
…Y lo mágico en él, es que se metía, armado hasta los dientes, en su narración.
Muchas veces hablándonos de batallas, cómo la de “Las Queseras del Medio”, él era uno de los lugartenientes de Páez.
En la “Victoria” luchó al lado de José Félix Rivas y en “Carabobo” fue asesor de Bolívar… y gracias a él se ganó esa batalla.
Nosotros nos reíamos sobre todo de su gestual: montando caballos que no existían y disparando a enemigos invisibles.
En qué guerra se nos perdió Napoleón, tal vez en la batalla contra su alcoholismo, o a lo mejor se mudó a un pueblecito cercano al cielo, para allí escudriñar a su gente y luego, después de un tiempo, bajar y traernos sus historias…
Y me pregunto ¿de dónde saque esa medalla?...
Imposible habérmela robado, a lo mejor la conseguí extraviada de batallas, en alguno de los bancos de la plaza…
O quizás fue Napoleón, que un día entro a escondidas y la colocó en algún lugar de la casa, para gritarme como montado en su caballo ¡A la carga!!! Y hacerme reír recordando los tiempos de mi adolescencia.