jueves, 17 de diciembre de 2009

A los 10 años de la tragedia de Vargas (F.Maduro) 2009

Dibujo: Francisco Maduro


“Los lugares de la Memoria”

En ocasiones pienso, en los acontecimientos de la vida de cada uno de nosotros como si fuesen capítulos de un libro, que a su vez conforman el enriquecimiento de la memoria, siempre aferrada a las emociones y a los sentimientos de la gente.

Su estadía en nuestras mentes es tal, que pareciera que lleváramos a cuesta un cargamento de recuerdos para toda la vida, donde permanecen los lugares, los paisajes y las personas en escenarios intactos, con gente que no envejece como si fuese una fotografía en el tiempo; es por eso que en algún momento esos recuerdos se deslizan hacia nuestro sueño, y en ocasiones los vivimos con tal intensidad, que al despertar persiste la sensación de haber estado allí, justo en alguna parte de nuestro pasado, donde la noche nos llevó por unos minutos mientras tratamos con esfuerzo de adaptarnos a nuestra realidad.

Es como si algo se hubiera desprendido de ese equipaje de recuerdos, descubriendo que parte importante de nuestras vidas, ha estado allí en esos lugares de la memoria, congelados en el tiempo.

Se dice que uno es parte del entorno, de sus cosas, de su casa, de su familia y de la comunidad; por lo tanto somos una pieza en ese pequeño mundo, formamos parte de él y a su vez él parte de nosotros, tanto es así que a veces la gente se entristece e incluso llora al abandonar la vieja casa donde se formó, alejándose, solo porque va a casarse o simplemente se va a mudar de residencia, pero también porque se despide de los recuerdos entre las paredes de ese hogar, de manera que a partir de esa separación, aquella casa y los años vividos en ella se vuelven una referencia, un capitulo inolvidable que nos va a acompañar hasta la muerte.

Mas doloroso aún es la separación del hogar cuando se presenta de manera violenta, por que el desamparo y el sentimiento de pérdida, desequilibra nuestras vidas afectándonos terriblemente.

Cuando las víctimas de la tragedia de Vargas, fueron trasladadas al poliedro como refugio provisional, en ocasiones se escuchaba en la madrugada, de manera aislada, el llanto de varios de los rescatados, sin embargo en la mañana, al despertar, la mayoría lloraba, dándose la paradoja que la pesadilla era la propia realidad.

Una joven solidaria que conocí y que trabajó por aquellas familias, no soportó el dolor y la tragedia de aquellos, cuando le hablaban de lo que habían perdido y de los momentos en que vieron literalmente desaparecer por completo su comunidad; aquella joven tuvo que abandonar la ayuda directa con los refugiados y dedicarse a colaborar desde afuera, porque se sintió tan afectada en lo personal, que se convirtió en un tormento cada una de las veces que tenía ante sí el drama de aquella gente.

Esas escenas están en la memoria de esas personas para siempre y es seguro que sueñan que vuelven a Vargas, a su casa y al mar, como evadiendo la realidad de sus vidas y retornando al lugar donde pertenecen, como si la memoria también les brindara un consuelo a través de los sueños.

Muchos de ellos volvieron, porque tampoco soportaron estar tan lejos de su entorno, descubriendo sin darse cuenta que mirar el mar todos los días, era una necesidad y regresaron a las ruinas de aquel estado que los hacía padecer aun más su dolor, pero al menos estaban allí, en el lugar al cual pertenecían ellos y sus recuerdos.

Esos lugares de la memoria no los ven otros, nos pertenecen íntimamente, son tremendamente personales, pero sabemos lo que se siente cuando alguna melodía o un perfume particular, nos llevan hasta ellos, porque si de algo estamos seguros es que esos lugares existen.

Ahora bien: ¿a dónde van esas vivencias?, ¿las llevamos en la memoria y mueren con nosotros al final de la vida?, ¿enterramos a los muertos con esos recuerdos?,
¿En donde se quedaron esas historias y para que se instalaron por tanto tiempo en nuestras mentes?

Allí en esos lugares, quizás esté entre escombros escondida la felicidad, junto al amor de los principios, antes de que envejeciera o se desvaneciera con el mismo paso del tiempo; debe estar también el afecto de los abuelos, el abrazo de nuestros hijos cuando pequeños y todo lo que no tenemos ahora y que guardamos en esa carga de recuerdos.

Mamá recordó toda la vida, cada una de las escenas y palabras que formaron parte de su breve unión con papa, y recordaba con fidelidad cuando diariamente, desde lejos, anunciaba con silbidos su retorno al hogar junto al cariño para ella en su llegada. Le brillaban los ojos cada vez que nos contaba aquello y nosotros la escuchábamos como si fuera la primera vez, luego se disponía a seguir sus oficios, mientras yo le veía la nostalgia en su carita ajada por los años y por la vida como preguntándose resignada: ¿donde están esos momentos? y poco a poco mientras hacía sus labores volvía a su realidad.


…y con esos recuerdos se nos fue una tarde de julio.

Hoy me pregunto si habrá un lugar donde encontremos nuevamente esos recuerdos, si la gente de Vargas despertará una mañana con su mar eterno al frente; si podremos ver otra vez las casas que derrumbaron recién construidas, con sus paredes blancas y sus puertas con olor a madera; tener otra vez nuevas las calles que hoy nos lastiman con su aspecto, vivos a los abuelos con su amor y su sabiduría y escuchar los silbidos y la alegría de papa, llegando a casa a abrazar a mama con su cara alegre de cuando tenía veintitrés años.

En algún espacio, más allá de la vida, guardados en la eternidad deben estar esos lugares de la memoria.

Francisco Maduro.
11/2009.

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