viernes, 24 de diciembre de 2010

Tiempos de Recuerdos (3ra parte) Las navidades

Tiempo de navidad
TIEMPOS DE RECUERDOS

Cuento.
III Parte (Tiempo para el niño Jesús)


Contemplaba embelesado aquella pelota, cuando en mis oídos, el mugir de un animal, se me hizo presente, giré buscando al que emitió aquel profundo gemido, y mi mirada se volvió hacia la grieta, aguzando mi vista pude ver que en el fondo habitaba agachado un buey.. Y a su lado le hacia compañía una mula, y ambos miraban con curiosidad a un niñito que permanecía acostado en su cuna llena de yerbas. Dando martillazos logre ampliar la grieta y pude sacarlos del tenebroso escondrijo.


Resulto ser un pequeño nacimiento…


…Y el recuerdo de la navidad se me hizo presente.

En nuestra casa comenzaba, cuando papá nos preparaba para subir al Ávila en busca de un buen chamizo, y ojo no era cualquier palo; durábamos horas escogiendo y midiendo las condiciones del mejor: debía ser de tamaño mediano a grande, no tan seco para evitar la fragilidad de las ramas, que fuese en lo posible simétrico y que terminara en forma piramidal.


Al conseguirlo lo transportábamos con mucho cuidado evitando la perdida de sus ramitas y al llegar a casa, mamá tenía preparada la mescla de jabón en hojuelas con que cubríamos aquel oscuro chamizo y lo transformábamos en un hermoso árbol blanco.


A papá le tocaba guindar las luces y las bambalinas navideñas, recuerdo que siempre discutíamos porque se nos permitiera (aunque nunca lo logramos) amarrar los adornos en aquellas frágiles ramas.


La sala de la casa resplandecía toda llena de luces y cercano el día del nacimiento del niño Jesús, se comenzaba a hacer la primera tanda de hallacas.


Papá tenía una olla grande, su forma era como de bañera ovalada, y solo se utilizaba para hacer el guiso de las hayacas o para preparar el guiso de Cazón, plato muy famoso entre sus amigos.


Era una actividad familiar, todos metíamos las manos, no tanto para ayudar, mas bien era para comernos los adornos de la masa (pasitas, aceitunas, jamón…), papá y mamá lo sabían… y se hacia los que no nos veían.


Luego de la cena del 24 a todos nos mandaban a dormir temprano para esperar la llegada del niño Jesús… que casi siempre traía lo que “no” le pedíamos y sin embargo al amanecer rompíamos el papel de regalo, desesperados por descubrir la sorpresa que ocultaban aquellas cajas.


¿Cuándo descubrimos al Niño Jesús?, no lo recuerdo, me imagino que fue poco a poco, lo que sí recuerdo es que mi hermano y yo (en aquellos tiempos) nos considerábamos mas “vivos” que nuestros padres, porque después de muchos días, descubríamos donde guardaban los regalos, pero siempre se mantuvo la sorpresa de no saber su contenido.


Inmediatamente venía el “año nuevo” y con él la segunda tanda de hallacas; el día 31 después de ponernos el “estreno”, nos reuníamos en la sala a esperar; cada uno de nosotros éramos poseedores de doce sabrosas uvas, las cuales nos comíamos a medida de que en “Radio Continente” sonaran las doce campanadas, luego del cañonazo todos nos abrazábamos, llorando algunos y otros aplaudiendo y riéndonos.


Luego pasábamos al comedor, allí nos esperaba la mesa estupendamente adornada y repleta de sabores; papá desde la cabecera nos dirigía sus palabras acompañándolas de la bendición del nuevo año…


…En el tocadiscos sonaba la voz chascosa de Andrés Eloy Blanco, palabreando su poema… “Madre esta noche se nos muere un año…”


Esa noche las puertas de todas las casas permanecían abiertas más allá de la madrugada, recibiendo a los vecinos, brindando con ellos y competiendo parte de los alimentos que llenaban las mesas.


Esto duro muchos años, incluso todos los hermanos, casados y con hijos, considerábamos sagrado aquel ritual y cada 31 de diciembre volvíamos a la casa paterna…


… la casa se hacia pequeña, cuando aquel ejercito invasor de hijos y nietos corría por todas las escaleras y desordenaban todas las habitaciones.


Y fue así hasta que papá se nos marchó, tratamos de seguir con la costumbre unos años más, pero aquella silla vacía en la cabecera de la mesa y los hijos que crecían muy rápidos, descubriendo sus propias amistades, nos obligaron a quedarnos cada quien en su casa…

¡Ah…!

… Al pequeño soldado y al maravilloso tesoro de la pelota, no pude vaciarlos de mi vida, al contrario los volví a guardar junto al nacimiento, y a pesar de unas cuantas lágrimas, me sentí feliz cuando pude revivir los hermosos tiempos de mi infancia.

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