domingo, 5 de septiembre de 2010

Hay Días... (2da Parte)


Hay Días… (Parte II)

Hoy es lunes y tengo cita con el médico, me asomo a la ventana y el cielo promete lluvia; esta vez mi mujer tiene obligaciones en su trabajo y no puede acompañarme.

Sigo la rutina de siempre: llego al hospital, hago mi cola, entrego mi tarjeta (no sin antes recordarle a la señora que ya no tiene donde escribirle y por enésima vez me contesta lo mismo “en la próxima se la cambio”, esta vez me toca en el 2° piso.



Me encuentro que de los dos ascensores hay uno dañado, todo el rio de visitantes se canaliza por las escaleras, imagínense todos intentando subir y encuentras a pacientes con bastones o muletas detenidos en los escalones… menos mal que me toco el segundo piso.

Esta vez debo esperar en la sala donde está el televisor; como siempre, se encuentra repleta de pacientes y acompañantes. Lamento no colocarme en la zona que me agrada pero estoy seguro que allí no voy a escuchar la llamada del médico.



Sé que esta espera es de aproximadamente cuatro horas, por ello trato de cazar alguna descarriada silla, la consigo, me toca sentarme entre dos personas bastante rellenitas y al sumarme a ellas… ruego para mis adentros que no pasen la película de los “tres cochinitos”.
Como el espacio con que contaba en mis piernas, estaba lleno con mi barriga, el bolso de mano con el teléfono y la paca de exámenes, me vi obligado a decidir que esta vez me sería imposible escribir, así que me acomode como pude… y a ver películas se ha dicho.

Las sillas del hospital son de aluminio, muy bonitas y vienen en grupos de tres, tal vez cómodas para una oficina o un banco, donde el cliente va a usarlas por pocos minutos, pero para pacientes que deben esperar por lo mínimo dos o tres horas son terribles: Al cabo de un tiempo comienzas a sentir calambres en las piernas, amen que la posición que toma la espalda, por la curvatura de la silla, comienza a molestar; los pies no consiguen su puesto y el estómago te ronronea de hambre.

Sería muy cómico ver nuestros movimientos… yo los llamo “la Danza de las Nalgas”.

Este baile consiste en mover todo el peso de tu cuerpo, primero hacia la nalga izquierda, al cabo de un tiempo lo haces hacia la derecha, después retornas con las dos al centro y la espalda la inclinas hacia adelante; al poco rato se integran a la danza el movimiento de las piernas: levantándolas o cruzándolas, abriéndolas y cerrándolas; puedes darle variaciones cruzando los brazos o descansándolos en las rodillas, está terminantemente prohibido levantar los brazos en forma de cruz, ya que tu espacio es bastante reducido.

Las filas de sillas están tan juntas que si tienes la urgencia de ir al baño, ruégale a Dios que la persona que “yace” a tu lado no esté dormida, porque si es así tendrás que practicar “el salto de vallas”

Hoy ha sido increíble, hemos visto la misma película dos veces, resulta que la persona autorizada para manejar el DVD, ha salido justo minutos antes de terminarse y esta ha vuelto a repetirse…
Agréguenle que es una película cómica y piensen lo fastidioso que es reírse dos veces del mismo chiste.

Están llegando los pacientes citados para el turno de la tarde, miro hacia los lados y veo que soy el ultimo que queda del turno de la mañana; molesto y adolorido me acerco hasta donde está la “única odiosa" y molesto le hago constancia de mi situación y la muy, repito: “única odiosa”, me dice “¡Ya vengo!” y moviendo su feo trasero se me pierde en el laberinto de los consultorios.
Miro, pidiendo auxilio hacia mi silla y ya tiene otro dueño, no tengo más remedio que esperarla de pie, al cabo de un larrrgo ratoo, regresa: la “unicaodiosa” y sin mirarme me “muge” - tiene por delante dos pacientes mas y luego le toca usted-.

Miro el reloj y cuento las horas… ¡Esto es el colmo! ¡Tengo más de 7 horas sin desayuno y esperando la llamada!!! Si esto fuera un empleo ya estuviese en HUELGA.

Para no sentirme tan trágico me recuerdo de Linda (la canción de Daniel Santos) y termino sonriendo.

¡Al fin! …Soy llamado.



Al abrir la puerta del consultorio me consigo con una nueva doctora, es la primera vez que la veo, con voz cariñosa le doy las “buenas tardes” y ella inmutable ni siquiera levanta la cabeza y mucho menos contesta el saludo… ¡Coño! Me dije ¡esto es el colmo!
En el internado, desde pequeño, aprendí a colocarme una máscara de rabia que alejaba cualquier acercamiento raro, era algo así como un aviso: ¡Perro Rabioso! Luego la aplicaba con mis hijos cuando hacían algo indebido y funcionaba siempre; ...eso fue lo que hice.



Cuando ella se digno verme (por cierto con unos hermosos ojos), tal vez intimidada, su rostro y su voz se volvieron más amables y poco a poco la consulta se hizo más llevadera.
Leyó la historia, vio los exámenes, me auscultó, con voz preocupad me lleno de sabios consejos y tendiéndome su suave mano se despidió “hasta la próxima cita”… ¡Eso duro escasamente 20 minutos!!!

Ya cuando me retiraba le comente la tardanza de la llamada y cuando vio que mi numero era el 21, me dio como excusa que la “unicaodiosa”, primero le había enviado a los “viejitos” y con sorna le contesté…



“Doctora y yo que soy”

“Bueno hablo de los de 70 años”

Tuve que contener la sonrisa y pensé "Cuando se tienen 20 años nos parece que faltara un siglo para cumplir los 30... a mi edad no hay ninguna diferencia entre los 60 y los 70”.


En fin en vez de caminar, como hacia siempre al salir del hospital, tomé un taxi que me llevara rápido a mi casa, pensando solo en preparar el “desayuno-almuerzo tardío” de ese día…

Y ¡Uff vaya día! …

Simón Oliveira

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