domingo, 20 de marzo de 2011

Tiempos de Recuerdos (9na parte) El despido

Tiempos de Recuerdos
Parte IX (El despido)

Luego, Beltrán cambió la moto por un Volkswagen y yo compré una gran carpa, los viajes se hicieron más familiares, por lo tanto menos arriesgados…


…recreando aquellos viajes, mis ojos se posaron sobre una vetusta máquina de escribir que aún funcionaba, nunca quise deshacerme de ella…


¿Cuantos oficios, informes y comunicaciones golpetearon sus tipos?


¿Cuantas cartas y poemas soportaron sus teclas?


Era una “Olympia” y fue uno de los regalos que me entrego el Dr. Tirado cuando me despidieron del trabajo:


Un día me citó Leopoldo a su despacho y llamándome “Licenciado” (cosa rara porque siempre nos tuteábamos), me comunicó que estaba despedido, “sabía que yo estaba echando unos tiritos por mi lado”, me dio un cheque cuyo monto era más alto de lo que yo había calculado y entregándome una de sus tarjetas, me dijo: “Llégate al edf. “Ambos Mundos”, al lado de la Plaza Bolívar, y en el piso 5 buscas el bufete del Dr. Ramírez, ya conversé con él y te va a alquilar un cubículo para que pongas tu propia oficina… ¡ah! también hablé (y me mencionó 4 empresas a las que les trabajábamos), para que le sigas trabajando por tu cuenta...


…Y ¡Coño! no me quedes mal…”


Y un abrazo coronó mi despido.


Por supuesto Beltrán se fue conmigo y busqué, para acompañarnos a dos amigos de mi infancia, como socios: Alfonso Martínez, como vendedor y Rey González como secretario.


Al mes contábamos con catorce clientes. Alfonso siempre me decía “Yo los consigo y tú le trabajas”.


En cuanto a mis antiguos jefes, siempre nos reuníamos a almorzar y muchas veces nos fuimos a pasar unas vacaciones en “Madre Vieja”, su finca de Clarines.


Además de la amistad los cuatro teníamos algo en común, nos gustaba el baile; no perdíamos presentación alguna, cuando se trataba de la “Salsa”.


Alfonso ya tenía los santos y esto nos hacia más fácil entrar al mundo de la guaracha y el son, donde la mayoría de los cantantes son santeros.


Nos convertimos en asiduos visitantes del poliedro; casi nunca pagábamos entradas y cientos de veces fuimos a parar a los camerinos de los artistas.


Recuerdo en especial a Barreto, tocando sus cueros con la venda de las manos cubiertas de sangre y el tipo sin darse por enterado; otra fue cuando conocí a Cheo Feliciano; luego, algunos años después, lo vería nuevamente cantando en casa de mi madre, con mi hermano y la Rondalla Venezolana. Esa noche terminaban de grabar su primer disco, juntos, y decidieron llevarle una serenata a mi vieja.


Algo que me impresionó fue con Ismael Rivera: el negro estaba detrás de la tarima del poliedro y Alfonso, que ya era padrino, se le acercó, luego nos comentaría que “el Maelo estaba llorando porque ya la voz no le alcanzaba para el canto.


Pasaron algunos años y cambié la oficina para Caricuao, y mis panas siguieron sus propios caminos…


Beltrán se mudo de Caracas para Santa Lucia, allí formó una bonita familia, me vendió el Volkswagen (que ahora tenía un flamante color rosa) y nunca logré manejarlo (hasta esta fecha no he aprendido a manejar sincrónicos).


El compró una camionetica de pasajeros…


Alfonso decidió vender publicidad y logró tener una excelente carpeta de clientes…y Rey se fue para la televisión como camarógrafo.


Sin embargo siempre nos reuníamos para compartir reuniones más cortas…y cervezas más largas.


Nuevamente tomé el casco colocándolo con cuidado al lado de la máquina de escribir…

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