Cuando quiero llorar... No lloro |
… hoy Las noticias diarias nos invaden:
“Un motorizado le arranca la bolsa de comida a una ancianita y al tumbarla le fractura el cráneo”.
“Un drogadicto maloliente le cercena el cuello a una señora por quitarle un blackberry”.
“Matan a un hombre frente a su hija por robarle la moto”.
“Motín en la cárcel deja 15 muertos”.
“Banda se entrompa a la policía y se producen cinco muertos”.
“En la morgue tienen hacinados 40 cadáveres….”
…Y la mayoría de estos hechos involucran a personas que no pasan de los treinta años.
Recuerdo que hasta no hace mucho mi padre me repetía incansablemente que “ser HOMBRE, era tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro”, tal vez esto era lo que representaba la hermosa simpleza de vivir: constituir una familia, enseñándole a los hijos los preceptos de humanidad, honradez y humildad, educarnos para servir y amar, respetando a la naturaleza.
Hoy y gracias a esos medios comunicacionales, es nuestro deber “vivir con éxito”, sin tomar en cuenta que en “términos generales” los conceptos de éxito tienen diferentes apreciaciones según las latitudes donde estemos: para los occidentales consiste en tener la mayor cantidad de bienes materiales, sin tomar mucho en cuenta como los adquirimos, mientras que los orientales les gusta lo mismo pero son más apegados a acercarse al trabajo, al espíritu y a la conciencia.
Desafortunadamente esa nueva forma de ver la vida, nos obliga a trabajar muchas horas al día (y muchas veces en la noche) para lograr el bienestar familiar, abandonando o para decirlo menos cruel, dejando a nuestros hijos en manos de “expertos” que los cuiden y atiendan, los alimenten, eduquen y les enseñen como aprender a “vivir con éxito”; y esto no solamente se ve en las llamadas “clases más humildes”, también las clases medias, que tal vez por su mayor información y por su mejor posición económica, creen que dedicándole algunas horas semanales al acercamiento con su prole, pueden protegerlos de esos mismos medios que permanentemente nos recuerdan lo obligado que estamos a “vivir bien”.
Debido a este alejamiento, nuestros hijos se han convertido en mutantes y no hacemos nada para evitarlo al contrario tratamos de ayudarles en esos cambios comprándoles cualquier cosa que se les ocurra (como una especie de disculpa, por el poco tiempo de que disponemos); observemos a nuestros hijos (sobre todo los adolescentes): caminan encorvados, ausentes como zombis, cuando le hablamos no nos escuchan por que permanentemente cargan un aparatico que les tapa los oídos, no hablan a menos que sea encerrados en su cuarto y lo hacen a través de una computadora, la única manera de estar con ellos es jugando con sus adminículos electrónicos, donde se saben poseedores de la habilidad y del conocimiento y por ende nos darán una paliza.
Pero hay algo más grave y es que una de las pocas cosas que compartimos con ellos, quizás sin darnos cuenta y que a lo mejor se posesiona muy sutilmente en nuestras mentes, a través de los medios comunicacionales…es lo frágil y corta que puede ser la vida.
Y es que muchas veces sin darnos cuenta, somos participes en la “apología del crimen” para con nuestros hijos, por ejemplo, cuando llevamos a nuestros pequeños a ver una película donde un villano, por lo simpático que nos resulta, puede convertirse en un ejemplo a seguir; otras cuando les compramos los juegos del PlayStation o el Wii, donde la violencia extrema y el uso de las armas es una constante.
En muchos casos nuestro odio manifiesto, cuando nos referimos, en nuestro hogar, a una posición política en especial, sin tener cuidado con el lenguaje que utilizamos y que fácilmente es admitido (el odio y el lenguaje) y repetido por nuestros pequeños sin saber de qué se está hablando.
O cuando, las televisoras tratando de subir el ranking, se introducen en nuestros hogares trasmitiendo novelas donde se ponderan y magnifican: las mafias, el consumo y tráfico de drogas, la prostitución y la pornografía.
Con respecto a esto, una vez viendo la versión televisada de la novela “Cuando quiero llorar no lloro” le pregunte a alguien porqué uno de los personajes importantes que plasmó Miguel Otero Silva: Victorino, el estudiante de clase media, izquierdista y guerrillero, lo cambiaron por un policía y ese alguien me contestó “chico no se puede hacer vanaglorias de la guerrilla colombiana… y me pregunto: ¿Es mejor homenajear a un CAPO de la Droga?
Todo esto forma parte de la violencia silenciosa que esta vida de éxito, nos empuja.
Simón Oliveira
No hay comentarios:
Publicar un comentario